martes, 19 de noviembre de 2019

El fracaso del Estado frente al derecho a la vida


En varias sentencias contra el Estado de Honduras por la violación del derecho a la vida de las víctimas, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha establecido que el Estado tiene dos obligaciones frente a este derecho.

Por un lado, una obligación negativa, la cual implica que ninguna persona sea privada de su vida arbitrariamente; por otro lado, una obligación positiva que requiere del Estado la adopción de todas las medidas adecuadas para proteger y preservar ese derecho.

Una de las medidas fundamentales es la realización de investigaciones de oficio, sin dilación, imparciales y efectivas, ya que cuando los hechos no son investigados con seriedad, resultan, en cierto modo, auxiliados por las autoridades.

Esto es así porque cuando los delitos no son investigados se genera una impunidad estructural que provoca la repetición crónica de los hechos delictivos. Por esta razón, de acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la tasa de impunidad en Honduras sobrepasa el 90%.

Esta impunidad explica que se cometan 5 masacres cada mes y que en lo que va del año se hayan registrado 58, lo cual representa un aumento del 50% en comparación con el año pasado en el que se registraron 43 masacres según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

Cuando un Estado no es capaz de proteger el bien más preciado en una sociedad, es decir, la vida de las personas, sin duda alguna ha fracasado en su fin y razón de ser, que no es otra cosa que proteger la dignidad humana que representa su fin supremo de acuerdo con el artículo 59 constitucional.

A medida que se sigue profundizando la crisis que se volvió más grave desde el golpe de Estado de 2009, la refundación del Estado se convierte en una necesidad imperiosa e impostergable. 

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Honduras, el reino de la pobreza, la desigualdad, la impunidad y la corrupción


De acuerdo con el más reciente informe sobre la situación en Honduras, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos señala que existe una realidad que no se puede ocultar: “la persistencia de problemas estructurales como la pobreza, desigualdad y discriminación, la corrupción, la debilidad institucional y la situación de impunidad”.

Estos problemas están enraizados “en un sistema que beneficia a unos cuantos que tienen relaciones con altas esferas de poder político y privado”, y que afecta de manera desproporcionada a los sectores más vulnerabilizados de la sociedad.

La pobreza golpea a más del 67% de la población y la desigualdad coloca al país como el tercer más desigual del mundo, solo detrás de Sudáfrica y Haití, lo cual se agrava por la política tributaria que carga con más impuestos a las mayorías y por la debilidad institucional para luchar firmemente contra la corrupción.

En este sentido, no es de extrañar que, de acuerdo con el Consejo Nacional Anticorrupción, Honduras pierda en promedio 50 mil millones de lempiras cada año del Presupuesto General de la República por diferentes actos de corrupción, lo que equivale a que los corruptos se roben 137 millones de lempiras cada 24 horas.

Esta corrupción generalizada no puede comprenderse sin la impunidad estructural existente, cuya tasa sigue sobrepasando el 90%, y que coloca a Honduras entre los 13 países con muy alta impunidad en el mundo, según el Índice Global de Impunidad.

Honduras no merece seguir en manos de quienes la han convertido en un reino de muerte, miseria, desesperanza, impunidad, violencia y corrupción. En nuestras manos está rescatarla y sanar sus heridas, o verla cómo muere lentamente.

Las crestas de la ola de la lucha ciudadana


Existe el sentimiento de que el pueblo hondureño es masoquista, que quienes gobiernan hacen lo que quieren y que la ciudadanía no reacciona con contundencia.

A la luz de las tibias reacciones ciudadanas ante la sentencia contra Tony Hernández, que desnuda que estamos bajo la tiranía de un narco régimen, hay quienes desde afuera de nuestras fronteras afirman que jamás han visto a un pueblo tan apático.

Sin embargo, para vencer la sensación de desánimo es importante recordar que las luchas sociales tienen picos altos y periodos de relativa calma; estos últimos no implican indiferencia, sino recuperación de fuerzas individuales y colectivas.

Solo en las dos últimas décadas el pueblo hondureño se ha movilizado masivamente en reiteradas ocasiones. En el año 2003 se movilizó para luchar contra la privatización del agua; en el 2008 se movilizó para denunciar la corrupción en la conocida huelga de fiscales.

En el 2009, las luchas de resistencia contra el golpe de Estado llenaron las calles de Honduras durante meses; en el 2015 el movimiento de las antorchas iluminó los caminos en el combate a la corrupción generalizada del país.

En el año 2017 las calles fueron nuevamente inundadas por las luchas ciudadanas en defensa de la democracia y contra el fraude electoral; y en 2019, la Plataforma para la Defensa de la Salud y la Educación demostraron la energía e indignación ciudadana contra la privatización.

Como dice el sociólogo Eugenio Sosa, la ciudadanía lleva 10 años movilizada en las calles y es normal que existan momentos de respiro, teniendo en cuenta que se protesta contra un régimen autoritario y armado hasta los dientes.

Debemos seguir con la esperanza de que toda esta movilización continuada con sus altos y sus bajos, algún día dará los frutos esperados, y podremos ver el nacimiento de una nueva Honduras más justa, solidaria y compartida, rescatada de las manos de los corruptos e impunes.

Cárceles de máxima seguridad, ¿para qué?


El asesinato de Magdaleno Meza, el narcotraficante que entregó las narcolibretas que constituyeron una de las pruebas para condenar en Estados Unidos a otro narcotraficante, Tony Hernández, ratifica lo que es un secreto a voces: el narcotráfico controla las instituciones del Estado y existe una enorme complicidad con altos funcionarios civiles y militares de este régimen.

Aunque el presidente de facto, Juan Orlando Hernández, ha vendido la idea de que su régimen libra una lucha eficaz contra el crimen organizado, las declaraciones del Fiscal del Distrito Sur de Nueva York evidenciaron que Tony Hernández no pudo traficar cocaína a gran escala sin la cooperación de altas esferas del poder público en Honduras.

Parte del discurso oficial es que las cárceles de máxima seguridad son un dato que refleja ese compromiso del régimen contra la criminalidad y que son la solución para reducirla, ya que en ellas es imposible que puedan continuar delinquiendo y ordenando crímenes desde el interior como pasa en las otras cárceles del país.

Sin embargo, el asesinato de Magdaleno Meza no solo reafirma el fracaso del régimen en materia de sistema penitenciario, ya que no es un hecho aislado, pues hasta la fecha 11 personas privadas de libertad han sido asesinadas en las cárceles de máxima seguridad de El Pozo y La Tolva, sino que también ratifica para qué fueron construidas ese tipo de cárceles.

Edwin Espinal, Raúl Álvarez, Rommel Herrera y 7 defensores del Río Guapinol fueron enviados a La Tolva como si fueran peligrosos criminales. El narco Magdaleno Meza fue asesinado dentro de la misma cárcel. El mensaje es claro: las cárceles de máxima seguridad fueron construidas para vengarse y eliminar a quienes el régimen considera un peligro para sus intereses.