jueves, 14 de marzo de 2013

El binomio trágico juventud y muerte



Honduras es un país muy joven. De acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas, poco más de 2,6 millones de personas, es decir, el 34% de la población tiene entre 5 y 17 años; cerca de 2 millones son niños y niñas de entre 5 y 14 años, y poco más de 600 mil son adolescentes de entre 15 y 17 años. 

A su vez, más de 3 de sus casi 8 millones de habitantes tienen una edad entre los 18 y 30 años, es decir, casi un 40% de la población total. Todas estas cifras confirman que nuestro país es privilegiado al contar con un importante recurso humano joven que, si el Estado y la sociedad le garantizaran los espacios y condiciones dignas para desarrollar sus potencialidades, estaríamos encaminados por la ruta del desarrollo integral y el progreso.

No obstante, este sector de la población vive en un país caracterizado por la pobreza, la desigualdad, la migración como única alternativa de sobrevivencia, la violencia, la vulnerabilidad social, ambiental, económica y cultural. En términos de violencia, nuestra niñez y juventud se desarrolla en un contexto en el que 20 personas son asesinadas diariamente, es decir, un homicidio cada hora con 20 minutos y 598 cada mes.

De acuerdo con el Observatorio de la Violencia, entre enero y diciembre de 2012 se cometieron 7,172 homicidios, de los cuales el 80,9% que equivale a 5,801 personas, corresponde a una población entre 15 y 44 años;  a esto se suman 940 niños, niñas y jóvenes entre 0 y 14 años que murieron de forma violenta. Y más grave aún, el 54% de estas muertes ocurrió contra estudiantes o trabajadores.

Sin duda alguna, tal como lo señala Migdonia Ayestar, coordinadora del Observatorio de la Violencia, “la muerte violenta de jóvenes ha ido aumentando año con año y ser joven en Honduras es un factor de riesgo”. Pero además de esta muerte fulminante, en materia de otros derechos fundamentales como educación, salud y empleo digno el panorama no es nada alentador para la juventud.

Así, observamos que un alto porcentaje de esta población vive en condiciones de vulnerabilidad, marginación y estigmatización social, generadas sobre todo por la falta de acceso a la educación y al empleo digno, lo cual provoca que tengan una participación ciudadana deficitaria con su consecuente impacto negativo en la calidad de la democracia.

Y el Estado, constituido para garantizar el bienestar económico, social, cultural y ambiental de todos los hondureños y hondureñas, continúa siendo un simple botín a dilapidar por parte de la clase política corrupta que hace y deshace a su antojo frente a una sociedad casi paralizada por el miedo al hambre y a la violencia. Es tiempo de gritar al unísono ¡Basta! 

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