Insistimos que hay dos razones fundamentales por las cuales la reelección presidencial sigue siendo ilegal e ilegítima: Primero, su prohibición está contenida en un artículo pétreo que ningún poder constituido como el Congreso, el Ejecutivo o la Corte Suprema pueden anular, ya que solo el pueblo hondureño, como titular del poder constituyente, tiene la facultad de modificar.
Segundo, el artículo 4 constitucional que establece la obligatoriedad de la alternabilidad en el ejercicio de la presidencia sigue vigente y por tanto, es obligatorio que la persona titular de la Presidencia de la República cambie periódicamente y es prohibitivo que quien ostenta actualmente ese cargo, lo ejerza por otro período consecutivo sin mediar el intervalo de un período.
Pese a la contundencia de estas razones constitucionales, no solo los partidarios del actual gobierno insisten en la supuesta legalidad de la reelección de Juan Orlando Hernández, sino también toda la institucionalidad del Estado. Con una pobreza argumentativa impresionante se limitan a señalar que la reelección es legal porque hay una sentencia que dice que es legal.
La Sala de lo Constitucional declara inaplicable un artículo pétreo, el Congreso Nacional rechaza la convocatoria a un plebiscito para consultar al poder constituyente, el Tribunal Supremo Electoral inscribe la candidatura del señor Hernández, las Fuerzas Armadas se declaran respetuosas de los asuntos discutidos por la clase política y el Ministerio Público guarda un silencio sepulcral pese a su obligación de iniciar investigaciones penales por el delito de traición a la patria.
Y para cerrar el círculo perfecto, el señor Roberto Herrera Cáceres, titular del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, vuelve a demostrar que es un fiel “Defensor del poder” y no “Defensor del Pueblo”, al solicitar que se deroguen los artículos constitucionales que prohíben la reelección pese a su ilegalidad e ilegitimidad.
Nada de esto puede entenderse sin el contexto de subordinación y control absoluto de estas instituciones por parte del Poder Ejecutivo, y nos muestran con crudeza por qué el señor Juan Orlando Hernández y sus partidarios se encargaron de colocar al mando de las mismas, a personas fieles que no entorpecerían sus planes continuistas aunque para ello se cometan aberraciones jurídicas inimaginables en un Estado de derecho.
El irrespeto hacia la ciudadanía es tal que ni el señor Herrera Cáceres ni el resto de titulares de las instituciones mencionadas son capaces de hilvanar justificaciones éticas y jurídicas congruentes para sostener semejante ilicitud e intentan lavarse las manos frente a esta nueva ruptura del orden constitucional.
La pregunta que lanzamos a la comunidad internacional presente en Honduras es: ¿seguirán tratando con un gobierno e instituciones que acaban de romper el orden constitucional?
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