Cuando el pasado 6 de marzo el jefe de Los Cachiros, Devis Leonel Maradiaga, declaró en la Corte Federal del Distrito Sur de Nueva York, dejó al descubierto una realidad de la que casi nadie habla: el papel central de miembros de las Fuerzas Armadas en el tráfico de drogas.
De acuerdo con El Cachiro, su organización criminal confió en las Fuerzas Armadas “para información de la Policía, información de radar y seguridad”, y estas ayudaron a recibir toneladas de cocaína de Suramérica que luego fueron enviadas a Estados Unidos.
Estas revelaciones generan una profunda preocupación por dos factores importantes: Primero, las Fuerzas Armadas siempre han estado en la cúspide del poder, detrás de los gobiernos o al menos influenciando poderosamente la toma de decisiones de Estado.
Segundo, la estrategia de seguridad de los últimos gobiernos, tanto democráticos como el de facto, se ha centrado en las Fuerzas armadas, lo cual ha provocado una permanente y creciente presencia militar en la vida pública.
A su vez, estos factores se ven reflejados en el hecho de que pese a la desconfianza generalizada en la institucionalidad, las Fuerzas Armadas son la quinta institución en las que más confía un 46.1% de la población, de acuerdo al sondeo de opinión pública del ERIC.
Por otro lado, es la institución que más dinero recibe de nuestros impuestos. Entre 2006 y 2016, el presupuesto ordinario para los militares aumentó en un 161%; y entre 2012 y 2016, de los más de once mil millones de lempiras de la tasa de seguridad, los militares se llevaron el 53%.
¿Por qué estos datos son tan preocupantes a la luz de las declaraciones del jefe de Los Cachiros? Porque las Fuerzas Armadas tienen la confianza ciudadana, el poder económico y la fuerza de las armas para influir en las decisiones políticas más importantes del país.
Por eso se comprende que actualmente se les ha dado poder en tareas de seguridad ciudadana para combatir el narcotráfico a nivel interno, pese a que son las responsables de evitar que la droga pase por las fronteras marítimas, terrestres y áreas que supuestamente protegen.
Pero el tráfico de drogas por nuestras fronteras no se ha interrumpido, pues como lo señala un reciente informe del Departamento de Estado de Estados Unidos, el 80% de las aeronaves con droga que salen desde Suramérica hacia Estados Unidos, se detuvieron primero en Honduras.
Todo apunta a que la conexión entre militares y narcotráfico no ha cambiado mucho desde la época de Ramón Matta Ballesteros, tiempos en los que, como señala Insight Crime, facilitaban el paso de la droga y de los narcotraficantes por aeropuertos, fronteras y aduanas, que siguen estando bajo el control de las Fuerzas Armadas.
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