El domingo despertamos con otra noticia trágica vinculada al deteriorado sistema penitenciario hondureño: seis mujeres privadas de libertad perdieron la vida, dos resultaron heridas y varios niños y niñas quedaron sin sus madres debido a un incidente en donde hubo un incendio y el uso de armas de fuego.
Estos hechos reflejan lo que en su momento denunció el titular del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, Leo Valladares Lanza, en el sentido que “podríamos aseverar sin temor a la exageración, que estamos ante violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos de la población interna”.
El incendio en la Granja Penal de El Porvenir en La Ceiba, el incendio en el Centro Penal de San Pedro Sula y el incendio en la Granja Penal de Comayagua son solo tres ejemplos de la grave situación carcelaria que enfrenta el país sin que el Estado adopte medidas efectivas para que no vuelvan a repetirse.
La situación es tan grave que el Estado hondureño ha sido condenado en dos ocasiones por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en los casos López Álvarez y Pacheco Teruel y otros, vinculados con las condiciones de los centros penales contrarias a los estándares internacionales de derechos humanos.
A su vez, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos publicó un informe especial sobre el sistema penitenciario hondureño en el año 2013, que visibiliza las condiciones infrahumanas, de hacinamiento, de violencias, de impunidad y de autoritarismo que convierten a nuestras cárceles en un verdadero infierno.
Mientras el Estado incumple permanentemente su obligación de tener un sistema penitenciario democrático y que sirva a los intereses de la justicia, la sociedad se muestra indiferente ante el mundo carcelario bajo la ilusoria seguridad de que está inmune a la posibilidad de entrar en sus dominios.
Se tiene la siniestra idea de que la cárcel es el basurero en donde se arrojan a aquellos seres humanos que consideramos parias y, como lo señala Oscar Wilde, quedan ocultos en lo oscuro de sus celdas y el mundo, “una vez que ha conseguido lo que quería, sigue su camino, y a ellos les deja sufrir en paz”.
Sin embargo, como sociedad al menos debemos unirnos a la voz de Glenda Ayala, del Comité Nacional de Prevención contra la Tortura, Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes (CONAPREV), que valientemente exigió la destitución inmediata de la directora y sub directora de esta prisión por negligentes y cómplices.
Estos hechos reflejan lo que en su momento denunció el titular del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, Leo Valladares Lanza, en el sentido que “podríamos aseverar sin temor a la exageración, que estamos ante violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos de la población interna”.
El incendio en la Granja Penal de El Porvenir en La Ceiba, el incendio en el Centro Penal de San Pedro Sula y el incendio en la Granja Penal de Comayagua son solo tres ejemplos de la grave situación carcelaria que enfrenta el país sin que el Estado adopte medidas efectivas para que no vuelvan a repetirse.
La situación es tan grave que el Estado hondureño ha sido condenado en dos ocasiones por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en los casos López Álvarez y Pacheco Teruel y otros, vinculados con las condiciones de los centros penales contrarias a los estándares internacionales de derechos humanos.
A su vez, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos publicó un informe especial sobre el sistema penitenciario hondureño en el año 2013, que visibiliza las condiciones infrahumanas, de hacinamiento, de violencias, de impunidad y de autoritarismo que convierten a nuestras cárceles en un verdadero infierno.
Mientras el Estado incumple permanentemente su obligación de tener un sistema penitenciario democrático y que sirva a los intereses de la justicia, la sociedad se muestra indiferente ante el mundo carcelario bajo la ilusoria seguridad de que está inmune a la posibilidad de entrar en sus dominios.
Se tiene la siniestra idea de que la cárcel es el basurero en donde se arrojan a aquellos seres humanos que consideramos parias y, como lo señala Oscar Wilde, quedan ocultos en lo oscuro de sus celdas y el mundo, “una vez que ha conseguido lo que quería, sigue su camino, y a ellos les deja sufrir en paz”.
Sin embargo, como sociedad al menos debemos unirnos a la voz de Glenda Ayala, del Comité Nacional de Prevención contra la Tortura, Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes (CONAPREV), que valientemente exigió la destitución inmediata de la directora y sub directora de esta prisión por negligentes y cómplices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario