miércoles, 28 de septiembre de 2016

10 años de lucha por la independencia judicial

Cuenta una vieja leyenda que el rey de Prusia, Federico El Grande, construyó un palacio de verano con unos magníficos jardines, los cuales colindaban con un viejo molino de madera, ruidoso y sucio.

Al rey le pareció que este molino afeaba su nueva residencia y ordenó su derribo. El dueño del molino, un hombre humilde y sencillo, se opuso a la decisión del rey y llevó el caso ante la justicia, al tiempo que le decía al rey: “Señor, todavía hay jueces en Berlín”.

Y cuando los jueces fallaron a favor del molinero, el mismo monarca, respetuoso de la justicia, celebró que hasta él mismo tuviera que acatar la decisión de los jueces de la capital de Prusia.

En Honduras muchos jueces y juezas han abandonado su papel de garantes de la dignidad humana, generando que nunca hayamos contado con un verdadero poder judicial independiente, sino con un servicio judicial a la orden de los poderes fácticos.

Sin embargo, ha habido excepciones a la regla y aunque han sido una minoría, hemos tenido jueces y juezas cuyas decisiones son apegadas a la legalidad aunque entren en conflicto con las orientaciones jurídicas y políticas dominantes.

Desde hace 10 años, muchos de estos jueces y juezas se organizan en la Asociación de Jueces por la Democracia (AJD), y en el marco de ese espacio han contribuido decididamente a la defensa de los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho.

En su lucha democrática han sufrido persecuciones, marginaciones y hasta despidos ilegales, pero su fuerte compromiso con la dignidad humana y la independencia judicial les ha hecho merecedores de respeto y reconocimiento a nivel nacional e internacional.

Desde el ERIC-SJ y Radio Progreso celebramos los 10 años de existencia de la AJD, y nos sentimos orgullosos de caminar y trabajar junto a ellos y ellas en la construcción de una Honduras justa, solidaria y compartida.

Gracias a la AJD podemos decir en Honduras que “Todavía hay jueces en Berlín”.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

La urgente necesidad de una política de seguridad integral

La militarización de la seguridad ciudadana ha generado una tensión entre la normalidad y la excepcionalidad, que no es otra cosa que la tensión entre el Estado de derecho y el Estado a secas, ya que no todo Estado es un Estado de derecho, pues este es una forma de organización jurídico-política caracterizada, entre otras cosas, por la incorporación al ordenamiento jurídico constitucional de unos valores considerados fundamentales para la comunidad.

Dentro de esos valores superiores se encuentra la seguridad, que es indispensable para que se realicen las condiciones de una vida social inseparable de la dignidad humana, de sus libertades y derechos. En palabras de Gerardo Ballesteros de León, la seguridad como valor superior “impone principios de organización que se forjan desde la familia, el barrio, la comunidad y el Estado a través de las normas, las instituciones y las políticas públicas”.

Y como lo señala la Corte Interamericana de Derechos Humanos, todo el aparato gubernamental y todas las estructuras a través de las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público deben ordenarse de manera que las autoridades puedan ser capaces de prevenir, investigar y sancionar cualquier violación a tales derechos y libertades, y procurar, además, la restitución, si es posible, del derecho vulnerado y, en su defecto, la reparación de los daños producidos por dicha violación.

Dado que un Estado sólo se justifica y legitima en la medida que reconoce, protege y promueve tales derechos y libertades, y asegura el buen funcionamiento de las instituciones y el cumplimiento efectivo y equitativo de sus responsabilidades en materia de justicia, seguridad, educación o salud, la vigencia del Estado de derecho se constituye en una conditio sine qua non para la efectiva garantía de la seguridad de la ciudadanía.

De acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, los derechos humanos permiten abordar la criminalidad y la violencia, y su impacto en la seguridad ciudadana mediante (a) el fortalecimiento de la participación democrática, (b) la implementación de políticas centradas en la protección de la persona humana, (c) la garantía de los derechos particularmente afectados por las conductas delictivas como los derechos a la vida, a la integridad, a la libertad personal, a las garantías procesales y al uso pacífico de los bienes; y (d) la garantía de los derechos a la educación, a la salud, a la seguridad social y al trabajo, entre otros.

La perspectiva de los derechos humanos es lo que caracteriza a las políticas de seguridad ciudadana propias de un Estado de derecho, pues no se basa en la lógica de aprovechar el sentimiento de inseguridad y vulnerabilidad que provoca la criminalidad para instalar en la opinión pública la necesidad de convertir a los militares en los agentes redentores de una sociedad sometida al miedo, y que a cambio está dispuesta a renunciar a sus propias libertades y derechos para concederle a ellos facultades excepcionales y abrir el camino a lo que Andrés Domínguez Vial llama, las “dictaduras dulces”, nacidas de la renuncia de los valores democráticos y de la libertad en favor de la militarización de la seguridad ciudadana.

La gobernanza democrática y el Estado de derecho exigen una separación clara y rigurosa entre la seguridad interior que es facultad exclusiva de la fuerza policial y la seguridad nacional como función de las Fuerzas Armadas, que en casos excepcionales podrían apoyar temporalmente y con límites muy precisos a la primera. Garantizar la seguridad ciudadana implica la organización de instituciones policiales de carácter civil y claramente diferenciadas de las Fuerzas Armadas, que con un cursito de unos cuantos meses no van a cambiar la lógica militar del combatiente que tiene la misión de acabar con el enemigo, por la lógica de proteger y garantizar los derechos y libertades de la ciudadanía.

Recurrir a los militares para tareas policiales entraña un riesgo muy alto para la gobernanza democrática y solo retrasa y complica las profundas reformas normativas e institucionales necesarias para acabar con tantas décadas de corrupción, impunidad, desconfianza en las instituciones y acentuación de una cultura cívica que tolera la ilegalidad.

Estas reformas deben garantizar (a) una verdadera separación de poderes que permita un efectivo mecanismo de pesos y contrapesos del poder público, (b) una administración de justicia sólida y eficaz, (c) una política criminal congruente con los derechos humanos, (d) un replanteamiento de las políticas sociales que promuevan y aseguren el pleno desarrollo de la dignidad humana, y (e) una política pública de reparaciones que subsane la cohesión y el tejido social fracturados por la violencia y la impunidad.

La mejor estrategia en la lucha contra el crimen y la violencia es la construcción de una política pública que se caracterice por los siguientes elementos: En primer lugar, que surja de amplios consensos políticos y acuerdos sociales que permitan reflexionar sobre las diferentes dimensiones de los problemas que originan la criminalidad, y conduzcan a su abordaje integral.

En segundo lugar, que asegure unos estándares especiales de protección que requieren aquellas personas o grupos de personas en especial situación de vulnerabilidad frente a la violencia y el delito; y en tercer lugar, que garantice la participación permanente de una ciudadanía activa que acredite el carácter democrático e incluyente del debate público alrededor del fenómeno de la violencia.

Es imprescindible que la política pública no solo tenga una naturaleza represiva enfocada en acciones eminentemente de “mano dura” o de “cero tolerancia”, sino también que tenga un carácter preventivo que incluya programas orientados a intervenir en las condiciones de extrema pobreza, exclusión social y negación de derechos fundamentales como la educación, la salud, la vivienda, el empleo, entre otros.

La reducción de la violencia y la criminalidad solo podrá ser posible si se diseña e implementa una política pública en seguridad ciudadana con enfoque de derechos humanos que tenga garantía de continuidad, es decir, que sea asumida como un asunto de Estado y que su ejecución no se vea afectada continuamente por los cambios de gobierno.

A su vez, que esté respaldada por un marco jurídico adecuado, congruente con los estándares internacionales en la materia y provisto de una reglamentación que lo instrumentalice; que tenga un presupuesto suficiente para potenciar la implementación de la política pública y garantizar su efectividad; y finalmente, que garantice una integración institucional que refleje la visión integral y el compromiso de todas las ramas del poder público.

martes, 30 de agosto de 2016

La desmilitarización anunciada y el cinismo gubernamental

El Estado de Honduras adoptó la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes el 5 de diciembre de 1996. El órgano encargado de vigilar el cumplimiento de este tratado es el Comité contra la Tortura, ante quien Honduras se comprometió a presentar informes periódicos sobre las medidas legales, administrativas, judiciales y de cualquier otro tipo que haya adoptado para erradicar la tortura.

Hace 7 años Honduras presentó su primer informe ante el Comité y el pasado 27 de julio fue examinado por segunda vez en un contexto nacional marcado por la brutalidad policial, la militarización y la impunidad. Durante este segundo examen, la representación del Estado anunció que en “la medida que la Policía Nacional fortalezca sus capacidades se producirá el repliegue de las Fuerzas Armadas en su apoyo a dicho cuerpo, proceso que dará inicio en el último trimestre del 2016”.

Casi un mes después, el presidente Juan Orlando Hernández anunció la creación de dos batallones más de la Policía Militar, creada en el año 2013, los cuales se sumarán a los 6 batallones ya existentes, 3 en Tegucigalpa y otros 3 en San Pedro Sula, con 500 efectivos cada uno.

Es evidente que ambos discursos son contradictorios en relación con la desmilitarización de la sociedad y el Estado; hacia afuera se dice una cosa pero hacia adentro se dice y se hace otra. Lo que está claro es que pese al anuncio hecho ante el Comité contra la Tortura, todo apunta a que la única voluntad política existente en el gobierno actual es seguir fortaleciendo la militarización.

Como lo señala Víctor Meza, este proceso de remilitarización es más profunda y es un retroceso en la construcción de instituciones democráticas, equivale a la reafirmación de tendencias autoritarias y de concentración de poder, es un reconocimiento de la falta de una política de seguridad integral y genera espacios para la violación de los derechos humanos, el abuso de poder y el irrespeto a la ley.

Y para sustentar esta remilitarización se requieren importantes recursos financieros que en muchas ocasiones se asignan en detrimento de las partidas presupuestarias destinadas a garantizar los derechos a la salud y a la educación que, en sociedades tan desiguales como la hondureña, constituyen herramientas fundamentales para reducir las desigualdades y potenciar las capacidades básicas del ser humano.

En este sentido, cuando se comparan las cifras entre los años 2015 y 2016, se evidencia que la partida conjunta consignada a Defensa y Seguridad, además de ser la única que ha experimentado un incremento en el presupuesto nacional, es equivalente a la partida de la Secretaría de Salud.

Como lo señala el Centro de Estudios para la Democracia, el gobierno “está destinando similar cantidad de recursos para compra de armas, vehículos o patrullas policiales y militares, uniformes militares, salarios para policías y militares, que lo que orienta a la compra de medicamento, equipamiento de hospitales públicos, mejoramiento de la infraestructura sanitaria, etc.”.

Por otra parte, el 5 de julio de 2011, mediante Decreto 105-2011 se aprobó la Ley de Seguridad Poblacional -conocida como “Tasa de Seguridad”- que a enero de 2016 generó al Estado unos 9,147.73 millones de Lempiras producto de gravar las transacciones bancarias con una tasa del 0,3%. De acuerdo con una investigación realizada por el abogado Celso Alvarado para el Instituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, la mayor parte de los recursos que han sido acumulados en los últimos años han sido para Seguridad, Defensa e Inteligencia con un 87%, para prevención con un 7%, para el Ministerio Público y el Poder Judicial con un 5%, y para las alcaldías con un 1%.

Resulta preocupante la evidente desigualdad en la distribución de los recursos, ya que con los asignados a defensa y seguridad podría contratarse un 200% más del personal que actualmente tiene el Poder Judicial y un 600% más de lo que tiene el Ministerio Público. Según otra investigación realizada por la Alianza por la Paz y la Justicia, al comparar el presupuesto de las instituciones operadores de justicia nos encontramos con el hecho que para la Secretaría de Defensa se destinan 6,710 millones de lempiras, para la Secretaría de Seguridad 5,952 millones, para el Poder Judicial 1,934 millones y para el Ministerio Público 1,415 millones.

Si la falta de una investigación efectiva es una de las razones fundamentales que causan los altos índices de impunidad en el país y si el presupuesto es el mejor indicador para conocer cuáles son las prioridades de un gobierno, la distribución antes detallada muestra que la prioridad del actual gobierno no es fortalecer suficientemente las instituciones investigativas del Estado, sino apostar a la represión y a la consolidación del poder militar.

Sin duda alguna, la brecha existente entre el discurso de desmilitarización progresiva de la sociedad y el Estado ante el Comité contra la Tortura, y la práctica de seguir impulsando la militarización, es un ejemplo del cinismo de este gobierno, lo cual, sumado a la inestabilidad estructural y la ambición personalista del presidente Hernández, nos coloca peligrosamente ante lo que el padre Ismael Moreno llama una combinación explosiva para que se consolide un régimen autoritario basado en la fuerza, la represión y la militarización.

viernes, 26 de agosto de 2016

La realidad de quienes defienden los derechos humanos en Honduras

En las últimas semanas, se han hecho públicas dos cuestiones que vienen a confirmar lo que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos señaló en su informe sobre la situación de los derechos humanos en Honduras en el año 2015: la existencia de una grave situación de riesgo que enfrentan las personas defensoras de derechos humanos.

En este sentido, el Comité contra la Tortura de las Naciones Unidas, órgano que vigila el cumplimiento de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, publicó el pasado viernes 12 de agosto sus observaciones finales en el marco del segundo examen periódico al Estado de Honduras realizado el pasado 27 de julio

Las conclusiones de este comité reflejan su profunda preocupación en relación con la situación de quienes defienden los derechos humanos y en ese orden de ideas condenó los numerosos atentados mortales contra defensores y defensoras, periodistas y activistas medioambientales desde 2009, e hizo especial referencia al asesinato de Berta Cáceres y a la implicación de un oficial en activo del ejército.

Asimismo el Comité contra la Tortura manifestó su preocupación por declaraciones públicas realizadas por altos funcionarios del Estado en las que descalifican el trabajo de las personas defensoras de derechos humanos “poniendo en riesgo su integridad física”.

Por otra parte, en un comunicado conjunto de fecha 19 de agosto, el Relator Especial sobre la Situación de los Defensores de los Derechos Humanos de la ONU, Michel Forst, y el Relator Especial sobre los Derechos de Defensoras y Defensores de Derechos Humanos de la OEA, José de Jesús Orozco Henríquez, indicaron que Honduras se ha convertido en uno de los países más peligrosos para quienes defienden los derechos humanos.

De acuerdo con datos de la propia Comisión Interamericana, solo en el año 2016 han sido asesinadas 8 personas defensoras de derechos humanos en Honduras. Para estos relatores especiales, estos hechos criminales no sólo afectan las garantías básicas de cada persona, sino que también “socavan el papel fundamental que desempeñan los defensores de los derechos humanos en la construcción de una sociedad más equitativa, justa y democrática”.

Por ello, ambos relatores le han exigido al Estado hondureño adoptar y aplicar inmediatamente medidas efectivas para proteger a quienes defienden los derechos humanos con el fin de que puedan desempeñar su trabajo sin temor o amenaza de violencia o asesinato, y no permitir que los crímenes queden en la impunidad.

Lo señalado por el Comité contra la Tortura y los Relatores Especiales de la ONU y de la OEA son un llamado de atención importante para el gobierno hondureño pues pese a las campañas mediáticas, le demuestra que la situación de violencia e impunidad contra las personas defensoras de derechos humanos no se puede tapar con un dedo.

La detención ilegal de las defensoras Karen Mejía y Gabriela Díaz por parte de la Policía Nacional cuando ambas salían de un foro con el Relator Especial de Naciones Unidas sobre la Situación de los Defensores y Defensoras de Derechos Humanos, Michel Forst, son una muestra de la vulnerabilidad que viven quienes defendemos los derechos humanos en un país con graves índices de impunidad, violencia y deterioro de la institucionalidad democrática. 

Relatora Especial de la ONU visita a Rio Blanco, Honduras - UN Special R...