martes, 21 de mayo de 2019

Sin libertad de prensa y expresión no puede haber democracia

De acuerdo con la jurisprudencia de la Corte y Comisión Interamericanas de Derechos Humanos, las personas periodistas y comunicadoras sociales son consideradas las principales ejecutoras de la libertad de expresión, por tanto, cualquier agresión a su vida o integridad por ejercer el periodismo constituye un violento ataque a dicha libertad.

Las agresiones cometidas en contra de periodistas y comunicadoras sociales tienen el objetivo de silenciarlas, de eliminar cuando realizan investigaciones sobre los abusos del poder, y buscan ser una herramienta de intimidación para impedir a toda costa que la sociedad pueda acceder libremente a cierta información.

Según Reporteros sin Fronteras, el gobierno ilegítimo de Juan Orlando Hernández “ha aumentado su control de la información e incrementado sus maniobras para hacer callar a los periodistas que considera demasiado críticos” y “la mayoría de las veces las agresiones y los actos de violencia contra periodistas son cometidos por la policía y el ejército”.

En este sentido, Honduras ocupa el deshonroso lugar 146 de 180 países en materia de libertad de prensa, ya que ejercer el periodismo es una actividad de alto riesgo y ser periodista, comunicador o comunicadora social es una de las profesiones más peligrosas en el país. El asesinato del periodista Leonardo Gabriel Hernández el pasado 17 de marzo es una muestra.

Con él, la lista siniestra se eleva a 77 asesinatos de personas vinculadas a los medios de comunicación entre el año 2001 y abril de 2019, de los cuales, más del 90% se encuentran en la impunidad, de acuerdo con los datos manejados por el Comité por la Libre Expresión (C-Libre).

Sin ninguna duda, el asesinato de personas periodistas y comunicadoras sociales constituye la forma de censura más extrema, que no solo vulnera de modo radical la libertad de expresión de la persona asesinada, sino de toda la sociedad en su conjunto.

La existencia de una prensa independiente que pueda ejercer su trabajo en un entorno seguro es una de las características esenciales de un régimen democrático. Sin libertad de prensa y expresión no puede haber democracia.

El Estado como instrumento de despojo o de liberación

En nuestro contexto constitucional el Estado es un instrumento o una herramienta que sirve y existe en función del desarrollo de la dignidad de las personas y los derechos humanos. Bajo esta concepción instrumental del Estado, su legitimidad descansa en la protección de las personas, sus derechos y dignidad, lo cual, a su vez, es la causa o razón de su propia existencia.
La propia la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia ha señalado que “el Estado sólo debe existir, en última instancia, para proteger los derechos fundamentales, pues éstos son fundamento del orden político y de la paz social, sin respeto de los derechos fundamentales no puede haber democracia constitucional ni tampoco, siquiera concordia civil”.
No obstante, no podemos ignorar que el Estado no es un ente por sí mismo ni una simple ficción, sino que tiene nombres y apellidos, cuyos poderes y facultades son ejercidos por personas físicas concretas que actúan o deberían actuar de acuerdo con lo establecido en la Constitución, la cual constituye el diseño de cómo idealmente tiene que funcionar nuestra sociedad.

Después de 37 años de vigencia de nuestro plano constitucional, la realidad nos muestra que Honduras no ha avanzado en la construcción de una sociedad política, cultural, económica y socialmente justa, y que el Estado, diseñado para promover y proteger la dignidad humana y los derechos humanos, se ha ido convirtiendo en una herramienta de despojo en beneficio de unas minorías.

Por ello, el objetivo primordial de los sectores democráticos del país debe ser la refundación del Estado para recuperar su función instrumental de cara a la protección de la dignidad humana. Y en este proceso es fundamental garantizar que los pilares del nuevo Estado se sustenten en la idea feminista de una dimensión comunitaria de nuestras vidas y de la importancia de lo común como concepto de vida.

Otra vez Julián Pacheco Tinoco


El general Julián Pacheco Tinoco es uno de los hombres más poderosos de Honduras gracias a la información que ha ido obteniendo a lo largo de los años al ocupar posiciones claves dentro de la estructura estatal de defensa y seguridad.


Primero como parte de la cúpula de las Fuerzas Armadas en materia de inteligencia militar, después como director de la Dirección Nacional de Investigación e Inteligencia y ahora como titular de la Secretaría de Seguridad.


Es difícil creer que un militar en esas posiciones tan neurálgicas no tenga al menos una vaga idea de cómo están estructuradas las redes de narcotráfico en Honduras, por lo que resulta extraño que nunca haya investigado a los narcos extraditados a Estados Unidos.


Sin embargo, una nueva declaración en un juicio por narcotráfico en un tribunal federal de Nueva York evidencia que el general Pacheco Tinoco tiene vinculación con el tráfico de drogas. 


El narcotraficante mexicano e informante de la DEA, José Santos, aseguró que se reunió con Pacheco Tinoco para coordinar la seguridad del paso de un cargamento de cocaína proveniente de Colombia.


Antes, el mismo narcotraficante declaró ante un tribunal del sur de Florida que se reunió con él para que este le ayudara a recibir envíos de cocaína de Colombia a Honduras.


Del mismo modo, el jefe de Los Cachiros, Devis Leonel Rivera Maradiaga, declaró ante un tribunal federal de Nueva York que el actual ministro de Seguridad está vinculado con el narcotráfico.


A su vez, Insight Crime señaló que el ministro Pacheco es un ejemplo de cómo se han entrecruzado las élites con el narco, ya que era el jefe del batallón del ejército en Colón a inicios del 2000 cuando Los Cachiros estaban empezando a ganar relevancia.


En una democracia auténtica, este señor ya hubiera renunciado o el presidente de facto lo hubiera destituido, el Ministerio Público ya hubiera iniciado las investigaciones correspondientes o el Departamento de Estado de Estados Unidos le hubiera quitado su apoyo y protección.


El caso del general Pacheco Tinoco ratifica la sabiduría popular reflejada en el sondeo de opinión pública del ERIC-SJ en el que el 70.3% de la población manifiesta que el narcotráfico controla las instituciones del Estado.