Más de 18
años han pasado desde que el entonces Comisionado Nacional de los Derechos
Humanos, Leo Valladares Lanza, presentara el informe titulado “Los hechos
hablan por sí mismos. Informe preliminar sobre los desaparecidos en Honduras
1980-1993”, el cual constituye “memoria viva de un pasado reciente que, por su
importancia para avanzar hacia una sociedad democrática, fundamentada en el
respeto de los derechos humanos, no puede relegarse al olvido”.
Pese a que este
documento señala claramente la responsabilidad penal de los militares que
participaron en graves violaciones a derechos humanos, durante tres décadas han
logrado evitar ser
juzgados por sus crímenes, a tal punto que ninguno de los 184 casos analizados
por el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, ha sido seriamente
investigado y no se ha producido ninguna sentencia condenatoria.
De los aproximadamente 27 oficiales de las Fuerzas
Armadas procesados penalmente por delitos relacionados con estas violaciones
ninguno ha sido condenado y muchos de los procesos han terminado en
sobreseimientos definitivos.
La
impunidad que los ha amparado les ha permitido ostentar desde entonces cargos
importantes dentro de las estructuras del Estado, razón por la cual no es de
extrañar que algunos de ellos sean los mismos que planificaron,
apoyaron y ejecutaron el golpe de Estado de junio de 2009.
En este sentido, los militares
han sido protagonistas en los dos eventos más trágicos de la historia reciente
de Honduras, la aplicación de la doctrina de seguridad nacional y el golpe de
Estado, y en consecuencia, han demostrado que su compromiso está con los
poderes oscuros que controlan el país y sus recursos.
Por tanto, en un país como
Honduras donde los militares son signo de muerte, de violencia, de
desapariciones, de tortura, de corrupción, de violaciones y de golpes de Estado,
hoy más que nunca tienen pleno sentido las palabras de la rectora de la
Universidad Nacional, Julieta Castellanos, sobre la posibilidad de eliminar a
las Fuerzas Armadas.
Como dice una viñeta que circula por las redes sociales, “una tiza cuesta menos que una bala. Menos militares y más escuelas”. Evidentemente, si los millones de dólares que se gastan en armas, aviones de guerra, salarios a generales y municiones, se invirtieran en carreteras, hospitales, escuelas, centros de salud, viviendas y universidades, Honduras avanzaría con paso firme hasta convertirse en un soñado paraíso caribeño próspero y democrático.
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