De acuerdo con
el más reciente sondeo de opinión pública realizado por el Equipo de Reflexión,
Investigación y Comunicación, los hondureños y hondureñas vivimos secuestrados
por la violencia y la inseguridad.
Un 90.8 por
ciento de la población considera que la delincuencia aumentó o siguió igual en
comparación con el año anterior y lo peor de todo es que la institucionalidad
encargada de garantizar la seguridad es percibida como una amenaza, ya que para
el 60.3 por ciento la Policía está involucrada en la delincuencia y para el 67.4
por ciento está vinculada con el crimen organizado.
Al mismo tiempo,
el 84.8 por ciento considera que las violaciones a derechos humanos han seguido
igual o han empeorado, lo cual es producto de un clima absoluto de impunidad
que cruza y rompe el tejido social de nuestra sociedad, alimentando la
desconfianza en el otro, obligándonos a encerrarnos detrás de los muros de
nuestras casas y limitando drásticamente el ejercicio de una ciudadanía activa.
El círculo de la
impunidad es fomentado por un sistema de justicia cuyas instituciones han
fracasado estrepitosamente en realizar el papel para las que fueron creadas, es
decir, garantizar la dignidad de las personas, por lo que no es extraño que la
población desconfíe totalmente de instituciones como la Corte Suprema de
Justicia y el Ministerio Público.
De esta manera,
un 81.8 por ciento tiene poca o ninguna confianza en el Ministerio Público y un
83.1 por ciento en la Corte Suprema de Justicia, ya que ambas instituciones han
ratificado que han abandonado su papel de garantes de la legalidad y el respeto
de los derechos humanos, y se han vuelto cómplices y autores directos de haber
convertido a Honduras en un paraíso de la impunidad.
Sin duda alguna,
estos datos reflejan la deslegitimidad en la que han caído las instituciones
del Estado, frente a lo cual es urgente una nueva institucionalidad que se
ponga al servicio de la sociedad en su conjunto y de los más vulnerables en
particular.
Pero también es
imperiosa la articulación de una ciudadanía crítica y activa que blinde a las
nuevas instituciones para evitar que vuelvan a ser secuestradas por una clase
política que, contrario al rey Midas que convertía todo lo que tocaba en oro,
las convierta en instituciones corruptas, sin legitimidad y al servicio de los
intereses más oscuros del país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario