Nadie
duda que en Honduras la institucionalidad se encuentra en una situación
precaria y con altos niveles de desconfianza por parte de la población, que ve
cómo la corrupción y el absolutismo en manos del poder Ejecutivo ha hecho
pedazos el principio de separación de poderes que debe caracterizar a un Estado democrático
de derecho.
Así las
cosas, el derecho de petición y de recibir pronta respuesta, reconocido en el
artículo 80 de la Constitución de la República, se ha convertido en ilusorio,
ya que los canales tradicionales de la institucionalidad se han enmudecido y
ensordecido ante las demandas de la ciudadanía.
Por tal
razón, hoy más que nunca el espacio público es un ámbito legítimo para
canalizar la participación ciudadana y ejercer el derecho colectivo a la
libertad de expresión concretado en la manifestación pública y pacífica.
En este
sentido, la protesta y la movilización social se constituyen en herramientas de
petición a la autoridad y también en un canal de denuncias públicas sobre
violaciones a los derechos humanos.
Sin
embargo, haciendo muestra del autoritarismo que permea a prácticamente todas
las instituciones del Estado, la respuesta oficial frente a las manifestaciones
pacíficas se caracteriza por el uso discriminatorio y excesivo de la fuerza por
parte del Ejército y la Policía; (b) por la falta de controles con respecto al
uso de la fuerza letal y no letal, con el objetivo de castigar a quienes
participan en las manifestaciones; y (c) por la inobservancia de los criterios
de proporcionalidad, oportunidad, necesidad y legitimidad en el uso de la
fuerza.
Este tipo de
represión que criminaliza cualquier manifestación de disidencia se ha
constituido en una de las más recurridas violaciones a derechos humanos
a partir del golpe de Estado y su impunidad se ha institucionalizado de tal
forma que representa la amenaza más grave para la vida y la seguridad de los
hondureños y hondureñas, y en consecuencia, para la existencia misma de la
democracia.
¿Cómo
hacerles entender a unas autoridades represoras, ignorantes y autoritarias que
la protesta social pacífica es de suma importancia para el fortalecimiento del
proceso de construcción democrática?
¿Cómo
hacerles entender a unos aprendices de dictadores y fascistas que manifestarse y protestar pacíficamente es
hacer democracia en la vida pública e implica ejercer colectivamente el derecho
a la libertad de expresión y los demás derechos civiles y políticos que
vigorizan la ciudadanía?
¿Cómo meterles en sus mentes reaccionarias
que no
es posible considerar que el derecho a la libertad de circulación tiene
prioridad sobre el derecho de libertad de expresión, si este último no es un
derecho más, sino uno de los primeros y más importantes fundamentos de toda la
estructura democrática, por lo que requiere de una atención privilegiada?
Si las autoridades
quisieran dar muestras de un mínimo nivel de democratización, deberían entender
que la restricción de las manifestaciones pacíficas sólo puede justificarse cuando se trata de
medidas estrictamente proporcionales que se adoptan para garantizar que las
protestas se desarrollen pacíficamente, y no para frustrar la expresión de las
opiniones.
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