jueves, 18 de febrero de 2016

Los dos caminos de la “nueva” Corte

Para contar con un poder judicial independiente, competente e imparcial es preciso que se establezcan procedimientos estrictos de nombramiento y elección basados en las mejores capacidades técnicas, integridad moral y experiencia de los candidatos y candidatas.

Pese a los esfuerzos para despolitizar la designación de magistrados y magistradas mediante la reforma constitucional de 2001 que creó una Junta Nominadora, la reciente elección de la Corte Suprema de Justicia ratificó que no ha servido de nada pues la extrema politización partidista sigue impregnando dicha elección.

El vergonzoso espectáculo que significó esta imposición dejó nuevamente en evidencia que el bipartidismo y los diputados y diputadas traidoras, primaron las lealtades, los intereses y el amiguismo político para lograr que 8 de los magistrados sean claramente allegados del oficialista partido Nacional y 7 del partido Liberal.

Por ello, no le falta razón a la Relatoría Especial de Naciones Unidas sobre la Independencia de Jueces y Abogados cuando señala que el Congreso Nacional ejerce un control considerable sobre el sistema de justicia, “lo cual es incompatible con el principio de separación de poderes y la independencia del poder judicial, elementos fundamentales de toda democracia y de todo Estado de derecho”.

No ha existido ni la más mínima vergüenza para elegir a algunos magistrados y magistradas que ni siquiera obtuvieron las mejores calificaciones en el cuestionado proceso realizado por la Junta Nominadora, lo cual una vez más pone en serio riesgo el derecho de la ciudadanía de contar con juezas y jueces profesionalmente idóneos, honestos, capaces, motivados y valientes que luchen frontalmente contra la impunidad.

La sociedad hondureña lo sabe bien y por eso en el más reciente sondeo de opinión pública del ERIC-SJ, un 84.2% señala que magistrados y jueces protegen los intereses de los ricos, poderosos y corruptos.

Pese a esto, el desafío inmediato de la sociedad es poner a prueba a esta Corte mediante la presentación de casos que la obliguen a decidir sobre cuestiones fundamentales que sostienen este sistema corrupto y excluyente.

De esta manera la pondremos a elegir entre dos caminos: adoptar resoluciones apegadas a la Constitución y a los tratados internacionales de derechos humanos aunque entren en conflicto con los intereses políticos dominantes o continuar con su papel de estar al servicio de los poderes fácticos y de espaldas a los intereses generales de la sociedad. 

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