viernes, 25 de enero de 2019

13 femicidios en 16 días

De acuerdo con el monitoreo de medios de comunicación realizado por el Foro de Mujeres por la Vida, en los primeros 16 días del mes de enero habían sido asesinadas 13 mujeres, de las cuales el 85% eran jóvenes y en su mayoría previamente habían sido raptadas, agredidas sexualmente y torturadas.

En otras palabras, prácticamente se asesina a una mujer cada día y, teniendo en cuenta los antecedentes, es muy probable que estas víctimas también se entierren en el macabro cementerio de la impunidad, pues de los 2300 femicidios que hubo entre 2013 y 2017, solo 29 se investigaron y apenas 1 terminó en condena.

Debemos reconocer que los femicidios son solo una de las expresiones más sangrientas de las diversas violencias visibles e invisibles que sufren las mujeres diariamente, y que son normalizadas bajo estereotipos de género que promueven la desigualdad y que son enseñados en la casa, la escuela, la iglesia y la sociedad.

Por su parte, cuando los medios de comunicación informan sobre las muertes violentas de mujeres, en vez de plantear una reflexión seria sobre el modelo patriarcal y machista que las genera, utilizan las noticias para revictimizarlas o crear morbo, y culparlas por la forma de vestirse o las horas y lugares a los que salían.

Lo peor de todo es que pareciera que los femicidios son un asunto exclusivo de las mujeres y sus organizaciones, cuando debería ser declarado como una cuestión de emergencia nacional por parte del Estado y condenado por la sociedad, particularmente por los hombres con un discurso igualitario.

Como señala la feminista española María Martín Barranco, no es suficiente que los hombres recurran permanentemente a la excusa de que “no todos los hombres son malos”, sino que es necesario aislar y señalar a los que sí lo son.

Es imperativo que el Estado y la sociedad detectemos y desmontemos las estructuras materiales y simbólicas que reproducen hombres machos y violentos antes que discrimen, abusen, violen, maltraten y maten. No podemos esperar hasta la siguiente mujer asesinada. 13 femicidios en 16 días es un escándalo grave e inadmisible que refleja la inexistencia de una sociedad civilizada.

Masacres y mentiras

Desde que el presidente de facto Juan Orlando Hernández se encaramó seriamente en el poder, primero en el Congreso Nacional y después en el poder ejecutivo, ha mantenido un discurso militarista con el fin de construir una opinión pública favorable a la remilitarización del país y destinar importantes recursos financieros a las Fuerzas Armadas por encima de partidas esenciales como salud.

Desde el ERIC y Radio Progreso hemos venido denunciando que bajo esta lógica se ignora la reforma profunda e integral del sistema de seguridad y justicia, y solo se adoptan medidas cortoplacistas como el aumento de las penas y de la prisión, y la adquisición de un armamento costoso que convierte a soldados y policías en agentes de guerra cuyo efecto en la reducción de la criminalidad resulta cuestionable.

Aunque la violencia puede remitir en los primeros momentos del despliegue inicial, las graves violaciones a derechos humanos en el marco de la crisis postelectoral y las 5 masacres en las que perdieron la vida 18 personas en los primeros 13 días de este año, nos alertan de que la violencia pronto vuelve a arremeter con fuerza y que las denuncias sobre dichas violaciones aumentan de forma dramática.

Por mucho que los voceros del régimen de facto como el general René Orlando Ponce Fonseca y el diputado David Chávez mientan descaradamente e intenten hacer creer que son “casos aislados” o que las víctimas son las culpables por estar involucradas en cuestiones de droga, el modelo restrictivo de seguridad que nos han impuesto está destinado más a sostener al régimen que a brindar seguridad humana a la población.

La seguridad es un valor superior, meta de todo ser humano, indispensable para que se realicen las condiciones de una vida social inseparable de la dignidad humana, de sus libertades y derechos.

Por ello, mientras no exista una verdadera separación de poderes, una administración de justicia sólida y eficaz como producto de su imparcialidad e independencia, una política criminal congruente con los derechos humanos y una redistribución del presupuesto general de la república para mejorar las condiciones de vida de la gente, la seguridad seguirá siendo el privilegio de quienes se aferran al poder.

El Triángulo de las Bermudas centroamericano

El conocido y misterioso Triángulo de las Bermudas se encuentra ubicado en una extensa zona del océano Atlántico entre Puerto Rico, Florida y las islas Bermudas. Sobre él se cuentan muchas historias extrañas sobre desapariciones de aviones y barcos, así como de avistamientos de ovnis y otros sucesos enigmáticos.

En Centroamérica tenemos nuestro particular “Triángulo de las Bermudas” dominado por unos seres autoritarios que se aferran al poder a cualquier costo y que arrastran en sus regímenes turbulentos los pocos avances que se han logrado en materia de institucionalidad democrática.

En Guatemala, Jimmy Morales ha emprendido una guerra sucia en contra de la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG) que le está investigando por corrupto, en el marco de la cual ha expulsado al jefe de dicha misión, revocado la visa a sus investigadores y desacatado las resoluciones de la Corte de Constitucionalidad.

En Nicaragua, Daniel Ortega se ha convertido en un dictador al mismo estilo que Somoza, ha cooptado todas las instituciones públicas, ha cometido crímenes de lesa humanidad contra su propio pueblo y ha demostrado que el poder, independientemente de las ideologías, siempre es un peligro para la dignidad de las personas.

En Honduras, Juan Orlando Hernández, un usurpador, mentiroso compulsivo, marioneta de la embajada de Estados Unidos, con un hermano narcotraficante y una hermana vinculada a los actos más graves de corrupción en la historia del país, se aferra al poder ilegalmente y con la bota opresiva de su Policía Militar y las Fuerzas Armadas.

Sin embargo, lo que diferencia a Guatemala de Nicaragua y Honduras es que por los momentos todavía quedan algunos altos funcionarios que están actuando con independencia y en defensa de la legalidad, como lo ha demostrado el Defensor del Pueblo, la Fiscal General del Estado y la Corte de Constitucionalidad.

Pero también, no debemos ignorar que en estos tres regímenes los militares juegan un papel fundamental para su sostenimiento, lo cual confirma una vez más que en la historia centroamericana son la peor pesadilla y el principal obstáculo para construir sociedades verdaderamente democráticas.

Sin duda alguna, la experiencia de una Costa Rica sin Fuerzas Armadas debe ser el horizonte que nos guíe en la construcción de una nueva Centroamérica de paz, solidaridad, desarrollo y dignidad.