martes, 6 de mayo de 2014

¡Violencia, maldita violencia!

De acuerdo con el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en el año 2013 se cometieron 109 masacres y 6,757 homicidios, es decir, 563 homicidios al mes y en promedio 19 víctimas al día. Estos datos sitúan al país como uno de los más violentos de mundo, lo cual es una trágica distinción que se ha mantenido en los últimos años.

Por su parte, Casa Alianza reveló que en el  período que va de febrero de 1998 a marzo de 2014, han sido asesinados 9291 niñas, niños y jóvenes menores de 23 años. Solo en la administración del ex presidente Porfirio Lobo Sosa se contabilizaron 3901 de estas muertes violentas, lo que indica un promedio de 81 muertes por mes.

Mientras tanto, en los primeros 3 meses del gobierno de Juan Orlando Hernández, 270 niñas, niños y jóvenes menores de 23 años fueron ejecutados. En enero murieron 93, en febrero la cifra se ubicó en 84 y en marzo la cantidad se elevó a 94 vidas cegadas por la violencia.

Y para aumentar la tragedia, solo en las últimas 72 horas, 21 niñas y niños han sido torturados y asesinados, algunos de los cuales con edades de entre 2 y 13 años. Y la muerte violenta de menores no se detiene ni siquiera contra aquellos que están bajo la custodia y protección del Estado en los centros correccionales, como lo evidencia el ataque con granadas en el centro de corrección de menores El Carmen, en San Pedro Sula.

Todas estas cifras son escalofriantes. Si la muerte de cualquier persona nos llena de indignación, el asesinato de niños y niñas nos deja sin palabras, nos provoca asco, rabia, impotencia y mucho dolor pues hemos perdido el rumbo como sociedad y quienes gobiernan el Estado, inhumanamente sólo ven réditos electorales ante la sangre derramada.

Parafraseando a Mercedes Sosa, no podemos permitir que el dolor, la injusticia y esta guerra nos sean indiferentes y que la reseca muerte nos encuentre como una sociedad vacía, apática y paralizada por el miedo mientras el monstruo sangriento de la violencia nos pisotea impunemente el sueño de una vida en dignidad.

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