martes, 14 de octubre de 2014

Entre el luto permanente y la defensa de la alegría.

Honduras es el país del luto permanente. Transita por un camino de corrupción, pobreza, impunidad y violencia que pareciera no tener final ni esperanza.
El director de Casa Alianza, José Guadalupe Ruedas nos lo recordaba la semana pasada al denunciar que solo en el gobierno de Juan Orlando Hernández, 685 niños, niñas y jóvenes menores de 23 años han sido ejecutados, cifra que constituye el mayor porcentaje de ejecuciones por mes de los últimos 16 años. 
Y al mismo tiempo, el asesinato de las fiscales del Ministerio Público, Marlene Banegas y Olga Patricia Eufragio nos golpeaba en la cara para no olvidar que la ley del más fuerte y más violento es la que nos gobierna.
Estos dos hechos son una muestra de cómo la violencia y la impunidad tienen el poder de asesinar a uno de los sectores más vulnerables de la sociedad, la niñez y la juventud, así como a dos operadoras de justicia que en teoría son las que más protegidas deberían estar por liderar instituciones que tienen la obligación de salvaguardar los intereses de la población.  
Sin embargo, mientras estas dos situaciones nos marcan como cicatrices en nuestro tejido social, Berta Cáceres, coordinadora del COPINH, era galardonada internacionalmente con el Premio Cien a la Vida por su labor en la defensa de los derechos de los Pueblos Originarios de Honduras y de la Madre Tierra.
Aunque los signos de muerte son muchos, no podemos renunciar a defender la alegría de la vida como lo han hecho y lo hacen millones de personas en Honduras.
Y aunque esta defensa sea dolorosa, parafraseando a Benedetti, debemos defender la alegría y la vida como una trinchera, defenderla de la miseria y los miserables, de los homicidas y de la muerte, de las ausencias transitorias y las definitivas.

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