Durante los
últimos dos años la Fiscalía Especial de Derechos Humanos ha recibido 16
denuncias por el delito de desaparición forzada. La propia Relatora Especial de las Naciones Unidas
sobre la situación de los defensores de derechos humanos, al concluir su visita
oficial a Honduras del 7 al 14 de febrero de 2012, denunció que se están
cometiendo desapariciones forzadas en el país.
De acuerdo
con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la gravedad de este delito
radica en que constituye una violación múltiple y continuada de numerosos
derechos que el Estado de Honduras está obligado a respetar y garantizar. En
primer lugar, el secuestro de una persona es un caso de privación arbitraria de
libertad que vulnera, además, el derecho a ser llevado sin demora ante un juez
y a interponer los recursos adecuados para controlar la legalidad de su
detención.
En segundo
lugar, el aislamiento prolongado y la incomunicación coactiva a los que se ve
sometida la víctima representan, por sí mismos, formas de tratamiento cruel e
inhumano, lesivas de la libertad psíquica y moral de la persona y de su derecho
al respeto debido a la dignidad inherente al ser humano.
En tercer
lugar, los testimonios de las víctimas que han recuperado su libertad
demuestran que también se ven sometidas a todo tipo de vejámenes, torturas y
demás tratamientos crueles, inhumanos y degradantes.
Y en cuarto
lugar, la práctica de desapariciones ha implicado con frecuencia la ejecución
de las víctimas, en secreto y sin juicio, seguida del ocultamiento del cadáver
con el objeto de borrar toda huella material del crimen y de procurar la
impunidad de quienes lo cometieron.
Lastimosamente,
las desapariciones no son una novedad en el país. De hecho, el Estado de Honduras
fue el país que inauguró la jurisprudencia de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos al ser encontrado responsable por la desaparición forzada de
Manfredo Velásquez Rodríguez y Saúl Godínez Cruz, dos de los 184 casos de desaparecidos
durante los años 80 y que pese a haber sido documentados por el entonces
Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, liderado por Leo Valladares
Lanza, ninguno ha sido investigado diligentemente y no se ha producido ninguna
sentencia condenatoria.
Las heridas
abiertas por la impunidad de la década de los años 80 continúa siendo una
afrenta a la conciencia de la humanidad y de las víctimas, ya que no sólo
produce la desaparición momentánea o permanente, sino también un estado generalizado
de angustia, inseguridad y temor. Aunque aproximadamente 27 oficiales de las Fuerzas Armadas y de la
Policía Nacional fueron procesados penalmente por estos hechos, ninguno ha sido
condenado y muchos de sus procesos terminaron en sobreseimientos definitivos.
Y esas
heridas se mantienen sangrando particularmente para las familias de las
víctimas que terminan convertidas también en víctimas en tanto que sufren continuamente
la angustia y el dolor de no saber dónde está y qué le pasó a su familiar,
quiénes son los responsables de su desaparición y particularmente, preguntándose
si está vivo o muerto Mientras no se encuentra su cuerpo, como dice Benedetti,
viven “buscándose / buscándonos” porque “nadie les ha explicado con certeza si
ya se fueron o si no, si son pancartas o temblores sobrevivientes o responsos”.
La
desaparición temporal y el asesinato del periodista Aníbal Barrow es un ejemplo
reciente de ello, pues independientemente que su desaparición y asesinato hayan
sido cometidos por agentes estatales o por particulares, si el Estado hondureño
no investiga diligentemente ni sanciona a todos los responsables intelectuales
y materiales de tales hechos y de los restantes que han quedado en total
impunidad, debemos reconocer que nos enfrentamos al terrible retorno de una
práctica inhumana.
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