domingo, 20 de octubre de 2013

La grave crisis del proceso de reforma al sector seguridad



El aumento progresivo de los niveles de violencia e impunidad y el involucramiento de miembros de la Policía Nacional en crímenes de gran impacto social como el de los jóvenes universitarios Rafael Alejandro Vargas y Carlos Pineda en octubre de 2011, fueron el detonante para que la sociedad hondureña exigiera una depuración y reforma integral del sistema de seguridad y justicia. 

El gobierno de Lobo Sosa anunció el inicio de un proceso de reorganización y depuración de la Policía Nacional, el Ministerio Público y el Poder Judicial, y se crearon nuevas instituciones como la Dirección de Investigación y Evaluación de la Carrera Judicial (DIECP) y la Comisión de Reforma a la Seguridad Pública (CRSP), a quien se le dio la responsabilidad de diseñar, planificar y certificar el proceso de reforma integral de la seguridad pública. 

Pasado el tiempo, dicho proceso no ha dado los resultados esperados debido a la nula voluntad política para enfrentar la corrupción e impunidad. Así, la CRSP se ha limitado a ejercer de comisión legislativa que elabora y presenta leyes sin que la sociedad tenga claro sus contenidos, y sin que en definitiva se constituya en una verdadera instancia rectora y coordinadora del proceso de reforma.

La DIECP continúa siendo dirigida por dos funcionarios que han sido aplazados en las comparecencias ante el Congreso Nacional y a pesar de haber renunciado y aceptadas sus renuncias, el Consejo Nacional de Seguridad Interior ha retardado la presentación de una terna para que el presidente Lobo seleccione al nuevo director y subdirector. Por su parte, el secretario de seguridad no informa sobre los resultados de la depuración policial y la información que da es a cuenta gotas y mediante escuetos comunicados.

Y el Congreso Nacional, aprovechando que el tema de seguridad es rentable electoralmente, se ha dedicado a proponer leyes, reformas y la creación de nuevas instancias como el grupo élite de la Tropa de Inteligencia y Grupo de Respuesta Especial en Seguridad (TIGRES), y la Policía Militar de Orden Público (PMOP), con lo cual se legaliza la militarización de la sociedad y el Estado se desvincula de los estándares internacionales en materia de derechos humanos. 

Claramente, el proceso de reforma del sector justicia y seguridad atraviesa un momento crítico debido a la falta de voluntad para implementar una política pública de seguridad que establezca los lineamientos o cursos de acción para alcanzar el objetivo de lograr una sociedad en paz y que requiere del Estado ocuparse de las diferentes dimensiones de los problemas que originan la criminalidad y la violencia.

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