Jamás olvidemos sus nombres: Jorge Alberto Rivera
Avilés, José Tomás Arita Valle, Raúl Antonio Henríquez Interiano, Víctor Manuel
Martínez Silva, Jorge Reyes Díaz, Rosa de Lourdes Paz Haslam, Jacobo Antonio
Cálix Hernández, Edith María López Rivera, Carlos David Cálix Vallecillo, Marco
Vinicio Zúniga Medrano, Gustavo Enrique Bustillo Palma, Rosalinda Cruz
Sequeira, José Francisco Ruiz Gaekel, José Antonio Gutiérrez Navas y Oscar
Fernando Chinchilla Banegas.
Todas estas personas formaron y forman parte de la
actual Corte Suprema de Justicia que se convirtió en actor protagónico del
golpe de Estado de 2009. Los últimos cinco conformaban la Sala de lo
Constitucional que actuó con celeridad y diligencia para proteger al general golpista
Romeo Vásquez Velásquez pero impuso múltiples dificultades y dilaciones a otras
ciudadanas y ciudadanos hondureños cuyos derechos fundamentales se encontraban
en riesgo.
Posteriormente, cuatro de ellos fueron destituidos
ilegalmente por el Congreso Nacional bajo la presidencia de Juan Orlando
Hernández, confirmándose el dicho popular que dice que “mal paga el diablo a
quien bien le sirve”, y el último, Óscar Fernando Chinchilla Banegas, fue
premiado por el régimen nombrándolo de forma ilegítima e ilegal Fiscal General
del Estado para garantizar la impunidad.
Todos los magistrados y magistradas de la Corte
Suprema de Justicia defendieron y participaron en la disolución del orden
constitucional; demostraron su falta de
compromiso con el Estado de derecho; y destituyeron ilegalmente a los jueces
Adán Guillermo López Lone, Ramón Barrios Maldonado y Luis Chévez de la Rocha, y
a la magistrada Tirza Flores Lanza, quienes tuvieron una posición digna e
independiente frente a lo que constituyó un golpe mortal a la frágil democracia
hondureña.
No olvidemos nunca los
nombres de los 15 magistrados y magistradas de la Corte Suprema de Justicia que
traicionaron su papel de garantes de la legalidad, de los valores democráticos
y de la justicia, que con sus actos y omisiones demostraron su desprecio por la
dignidad humana, y que toleraron y avalaron los crímenes del gobierno de facto,
convirtiéndose en corresponsables de los mismos, ya que “dejar pasar el delito es tanto
como extenderlo en la práctica”.
La sentencia López Lone y otros vs. Honduras de la Corte Interamericana de Derechos Humanos constituye un hito
histórico para el continente y el mundo pues por primera vez un tribunal
internacional declara que lo que sucedió en Honduras fue un golpe de Estado y
que la Corte Suprema de Justicia fue partícipe plena del mismo. Seguramente,
esta será una de las sentencias más estudiadas por académicos, estudiantes y
litigantes por su importancia para la democracia, el Estado de derecho y la
independencia judicial.
A su vez, esta sentencia internacional
también representa un señalamiento histórico para los 15 magistrados y
magistradas de la Corte Suprema de Justicia hondureña que sacrificaron la
dignidad de las víctimas en el altar de la infamia. Algún día el sistema de
justicia en Honduras responderá únicamente a los mandatos constitucionales, y
los crímenes cometidos, por ser imprescriptibles, serán perseguidos.
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