El 2009 ha sido el año más oscuro de los últimos 30 años en Honduras. Con el golpe de Estado del pasado 28 de junio hemos regresado a regimenes dictatoriales y totalitarios que toda América Latina creía superados y que eran solamente terribles experiencias del pasado.
En los últimos 6 meses de este año hemos sido testigos del ascenso de las fuerzas armadas en el control del Estado y sus instituciones, y del sometimiento del poder civil al poder militar; como consecuencia, los pequeños avances democráticos han quedado destruidos y nos encontramos en una situación de emergencia ante las graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno de facto.
Por eso, aunque se hayan celebrado unas elecciones de por sí ilegítimas y no reconocidas por un gran número de países del mundo, el 2009 nos ha dejado, además de la experiencia de vivir bajo una dictadura encabezada por el general Romeo Vásquez y Roberto Micheletti, un nuevo gobierno elegido bajo la represión de las armas y que sólo tiene la fachada de civil al constituir una continuación del golpe de Estado y del poder militar.
Pero el 2009 también nos ha dejado la experiencia de la toma de conciencia de un buen porcentaje de la población que estaba adormecida y que nos hemos dado cuenta que la democracia que propugna la clase política sólo consiste en votar cada 4 años pero no en democratizar la riqueza y el bienestar.
Nos hemos dado cuenta que los intereses de las grandes mayorías nunca han estado representados en el congreso nacional y que todas las instituciones del Estado encargadas de impartir justicia sólo han estado al servicio del poder económico, militar y político.
El 2009 ha dejado al descubierto que la clase política hondureña sólo habla de democracia cuando sus intereses no están en juego pero cuando el pueblo cuestiona el modelo que nos han impuesto están dispuestos a asesinar, torturar, violar, detener ilegalmente, desaparecer y pisotear cuantas veces sea la legalidad constitucional.
Seguramente el 2010 será un año difícil para el pueblo hondureño en materia económica, social y política pero también tendrá que ser un año de esperanza, de cambios, de pequeños signos que nos permitan ver en el horizonte, un país nuevo en donde la dignidad de cada hondureño y hondureña sea verdaderamente el fin supremo de la sociedad y del Estado.
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