El golpe de Estado sigue mostrando a sangre y fuego sus terribles
consecuencias para el pueblo hondureño en materia de medio ambiente y recursos
naturales. Una de las primeras
medidas adoptadas por el gobierno de facto presidido por Roberto
Micheletti fue el otorgamiento de concesiones masivas de bosque, subsuelo y
ríos en proporciones intolerables para la vida y la salud de la población.
A partir de entonces se ha profundizado aceleradamente el deterioro de
nuestros recursos a niveles alarmantes; así, lo que Honduras pierde de bosque equivale a 90 canchas de fútbol por día; para
2011 existían 119 concesiones en 6 departamentos del país, por lo que las
concesiones de minería metálica cubrían el 31 por ciento del territorio
nacional; y se derogaron leyes que prohibían los
proyectos hidroeléctricos en las áreas protegidas del país.
En la
actualidad nos encontramos con un marco jurídico y unas instituciones que en
vez de apostar por la protección y salvaguarda de los recursos naturales que garantizan
la supervivencia de pueblos y comunidades, están marcadas por un fuerte
espíritu mercantil en la gestión de la tierra, el agua, los bosques, el aire,
los recursos mineros, la vida silvestre y las garantías de propiedad sobre
estos recursos.
Ante esta
realidad, comunidades, organizaciones, líderes y lideresas sociales se han
implicado como defensores y defensoras de derechos humanos ambientales en
acciones de resistencia, denuncia y oposición al saqueo y la expoliación de los
recursos naturales, y como consecuencia, han sido objeto de amenazas,
secuestros, ataques violentos, persecución, criminalización y asesinatos.
Después del
asesinato de Tomas García de Río Blanco y miembro del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de
Honduras, esta semana fueron asesinados los indígenas tolupanes María Enriqueta Matute, Armando Fúnez
Medina y Ricardo Soto Fúnez, por realizar acciones de defensa de su
territorio de la explotación ilegal de los recursos naturales que nos
pertenecen a todos y todas.
Además de estos
asesinatos, centenares de defensores ambientalistas corren serio peligro en Río
Blanco, en las comunidades garífunas de Tela y Ceiba, en Locomapa, Yoro, en el
sector de la Florida, Tela, en Zacate Grande y otras regiones del país donde las
comunidades han decidido enfrentar a la muerte lenta que funcionarios y
empresarios sin escrúpulos los han condenado con la desertificación, la
contaminación y el envenenamiento de su tierra, de su agua, de su aire.
Si la sociedad hondureña no comprendemos que
esta lucha por la defensa de los recursos naturales es una lucha de todos y
todas por nuestra propia vida y de las futuras generaciones, en unos pocos años
tendremos a este país verde y lleno de diversidad natural, convertido en un
cementerio.
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