La muerte violenta no ve colores, profesiones, ideologías ni condición
social y económica. Cada día, la muerte arrebata a miles de familias sus niños,
hombres y mujeres.
Diariamente son asesinadas 20 personas sin que nadie sea castigado por
ello. Las autoridades encargadas de investigar estos hechos se limitan a
repetir la misma cantaleta de que los propios muertos son culpables por andar
en “malos pasos”, lo cual sólo es un intento para ocultar la incapacidad e
ineficiencia de policías, fiscales y jueces, que a su vez es producto de la
corrupción y pudrición del sistema de justicia en su conjunto.
En Honduras la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes es de 82, que
en concreto ha significado que en el año 2010 hubieran 6,239 homicidios, en el 2011
7,104 y de enero a junio de 2012 3,373 muertes violentas. En Chile, por el
contrario, la tasa de homicidios apenas llega a 3.7.
La comparación entre Honduras y Chile, los países más violento y más seguro
de América Latina respectivamente, refleja la masacre, la guerra de baja
intensidad, el holocausto, la barbarie y el exterminio silencioso al que
estamos sometidos los hondureños y hondureñas sin saber cómo, cuándo, dónde y
quién será el siguiente.
Parafraseando al gran cantautor mexicano José Alfredo Jiménez, podemos
denunciar que en Honduras “no vale nada la vida, la vida no vale nada”, y no
importa si es la vida de nuestra niñez, de nuestra juventud, de nuestras
mujeres, de los mejores hondureños y hondureñas que luchan por un país más
justo y más compartido.
Y esta violencia provocada y fomentada por los poderes más oscuros de
nuestro país, no sólo nos roba la vida física de quienes son enterrados en los
cementerios públicos, privados y hasta clandestinos, sino también nos roba la
vida en los espacios públicos, la vida en familia, la vida en la confianza en
el otro, la vida que sólo puede ser digna si está liberada del temor y la
miseria.
O terminamos resignados a cantar como José Alfredo Jiménez que la vida no
vale nada y que “comienza siempre llorando y así llorando se acaba”, o asumimos
con valentía y alegría, a pesar de la tragedia, la canción de Pablo Milanés en
el sentido que la vida no valdrá nada cuando otros están muriendo y seguimos “aquí
cantando cual si no pasara nada”.
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