Para los ojos del
mundo, Honduras se ha convertido en sinónimo de impunidad, violencia, corrupción, narcotráfico, tráfico de armas y
crimen organizado.
Para quienes vivimos en este país, dicho escenario representa la muerte
violenta de 20 personas diarias que se ensaña principalmente contra los más
vulnerables de la sociedad. Así, desde el año 1998 hasta la fecha se han
registrado 7,400 asesinatos a menores de 23 años, de acuerdo con datos de Casa
Alianza.
Sólo en el período del gobierno de Lobo Sosa se han registrado 2,090
asesinatos. Antes de junio de 2009 en que se da el golpe de Estado, se
registraba un aproximado de 30 a 35 asesinatos mensuales de menores de 23 años
y en el gobierno de facto de Roberto Micheletti las cifras aumentaron a 60 y
70. Una vez que Lobo Sosa tomó posesión de la presidencia, dichas muertes
violentas se incrementaron a 90 mensuales.
Por otro lado, de acuerdo con el Observatorio de la Violencia, entre
enero y junio de este año se reportaron 278 muertes violentas de hondureñas, y
ya en los primeros tres meses del segundo semestre el incremento pasó a dos
crímenes diarios de mujeres.
Si siguen así las cosas, el año 2012 concluiría con un aumento de más del
30 por ciento con relación a 2011 cuando se registraron 512 femicidios. Para la
Tribuna de Mujeres Contra los Femicidios, de 2005 a la fecha hay un
crecimiento en femicidios de un 192 por ciento, lo cual resulta escandaloso e
intolerable.
Frente a esta violencia que azota a la ciudadanía, la clase política sigue adoptando medidas perversas e inservibles que en muchas ocasiones sólo agravan la situación y sólo responden a un enfoque restrictivo de la seguridad ciudadana que privilegia la intervención de las fuerzas policiales y del sistema judicial, e ignora un enfoque amplio que requiere de medidas de garantía de otros derechos humanos como a la educación, a la salud, a la seguridad social, al trabajo, entre otros.
Cualquier medida
sobre seguridad ciudadana será un rotundo fracaso si no se centra en la
construcción de mayores niveles de ciudadanía y en políticas públicas cuyo
objetivo central sea la persona humana y el desarrollo humano.