Uno de los elementos fundamentales que distingue a un sistema democrático de un sistema autoritario es la legitimidad, es decir, el consentimiento y el convencimiento de la ciudadanía de que quien gobierna lo hace basado en el respeto a la legalidad.
La legitimidad de un régimen democrático y sus instituciones tiene un doble origen: por un lado, el principio de la soberanía popular expresado en la voluntad de las mayorías que, a través de elecciones libres y auténticas, elige a quien ejercerá el poder público.
Y, por otro lado, la garantía, promoción y protección de ciertos bienes e intereses fundamentales para la dignidad humana, es decir, los derechos y libertades ciudadanas, que son considerados la columna vertebral del orden social en una sociedad que se precie democrática.
Legitimar es justificar y tratar de dar razón de la fuerza por medio de la fuerza de la razón, ya que la fuerza por sí sola no es del todo eficaz para mantener un sistema de poder, particularmente cuando este se expresa a través de la fuerza militar.
Por ello el poder siempre pretende presentarse a sí mismo como legítimo, como algo necesario y justo. Cuando se gobierna basado en la legitimidad, se fortalece el sistema de poder y se hace menos necesario el uso de la fuerza.
Pero a usted, señor Hernández, le falta legitimidad, que es el elemento más importante para gobernar en democracia. A usted lo único que lo sostiene es el uso de la fuerza bruta y militar, que son sinónimos. Su gobierno es el más débil de la historia porque está basado en el fraude y la corrupción.
Aunque tenga a su lado a aduladores que le dibujen una realidad color rosa, usted es despreciado por la ciudadanía, usted es considerado un tirano, un dictador, usted está desacreditado. Usted y sus sicarios con uniforme militar tienen las horas contadas en la historia de la nueva Honduras.
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